martes, 20 de octubre de 2009

¿Qué me pasa?

Llevo demasiado tiempo encerrada, ¿es eso una vida normal?
Mi rutina diaria consiste en levantarme más o menos a las doce del día, prender la televisión, ver Friends, conectarme a Internet para revisar de manera compulsiva mi Facebook, mi Twitter, los foros de Gloria Trevi y mi correo mientras espero a que den las seis para poder ver Dr 90210. Después repito Friends, vuelvo a conectarme, a veces, si me acuerdo, como.
Hablando de Friends, en uno de los capítulos Joey, Chandler y Ross, después de salir de fiesta y llegar completamente extenuados al Central Perk, coinciden en que ya están muy viejos ("viejo, ya tengo 28 años y no creo que tenga nada de malo querer llegar a mi casa a ver la tele para luego descansar", dijo uno de ellos) como para andar de juerga y vivírsela parrandeando, de aventura en aventura. No es que yo quiera llegar a mi casa a ver televisión para luego descansar, ¡n0!, porque a eso me dedico el día entero, pero sí me pasó que el sábado estaba con unos amigos, compañeros de filosofía hace ocho años con los que me la pasaba bebiendo semanas, metiendo coca, yendo de un lado para otro sin parar, y vi con tristeza que nuestra última fiesta nada más duró hasta las diez de la noche. Lo que más me pudo de todo esto fue ver cómo yo me cansé rápidamente y después de dos vasos de vodka ya me sentía mal, cuando antes yo solita me tomaba una botella y media. Quiero pensar que eso del vodka se debe a una cirugía que me practicaron hace tres semanas, en la que estuve sometida a la anestesia por unas siete horas y media. Me da pánico pensar que se deba a mi transplante o a cuestiones de la edad, porque ya han sido años los que llevo aquí encerrada, sin disfrutar debidamente de la primavera de mis veinte años y sometida a un reposo bastante aburrido y monótono. Pienso desquitarme cuando mis amigos regresen de donde están, o acaso cuando encuentre unos nuevos o qué sé yo.
En cuanto a mis compañeros de filosofía, no sé si les sucede como a Joey, Chandler y Ross o sólo se debió a cosa de una sola noche.
Últimamente siento mucho cansancio, pese a que no hago nada en el día, como habrán podido leer al principio. O tal vez sea debido a que no hago nada, sólo subir y bajar unas cuantas veces las escaleras para ir a la cocina por tinto o a pedirle comida a Dina, la empleada del servicio. ¿Se tratará entonces de desacondicionamiento físico? Eso espero, aunque, ¿por qué mi baja tolerancia a las bebidas alcohólicas? ¿habrá algún médico que pueda responderme a eso? Esto último es lo que más me preocupa, de verdad. El sedentarismo formó parte de la vida de Churchill, quien se dedicaba a tomar creo que cognac o whisky y a fumar habanos el día entero, aparte de echar cantaleta, claro. ¿Por qué nunca tuvo intolerancia conocida hacia la bebida?
Esto es realmente serio. Muy serio. Recuerdo que cuando ingresé a rehabilitarme de nada a la clínica Alborada en San Lucas, lo que más me preocupaba del programa y de los terapeutas era que, a mis apenas veinte años, ya me habían desahuciado de beber alcohol porque juraban que tenía una dependencia incurable. Vaya, eso es obvio, y no es cosa que quiera arreglar. Bueno, el caso es que no me preocupaba tanto que me prohibieran la cocaína e intentaran a toda costa que yo dejara el hábito, pero el hecho de pensar en que jamás podría volver a beber me perturbaba y me deprimía, razón por la cual, creo, duré unos dos años y tanto más en ese horrible manipuladero de mentes y almas.
Ahora no es tiempo de quejarse de Alborada, no, eso será luego. Lo que quiero señalar es que me preocupa muchísimo que mi organismo no pueda tolerar grandes cantidades de alcohol, digamos de aquellas estilo bacanal o carnaval, de esos que duran como una semana, o como los que yo solía hacer, de diciembre a febrero o hasta que se acabaran las vacaciones.
Luego de Alborada vino el transplante. Como era de hígado, todos suponían que jamás volvería a probar gota de alcohol. En medio del dolor que tenía en el vientre y de la incapacidad que tenía para moverme a causa del coma, la hinchazón en el cuerpo y las múltiples máquinas a las que estaba conectada, lo que más me consternaba del asunto, una vez me recuperé de los delirios de la encefalopatía, fue la constante advertencia por parte de familiares, médicos y amigos sobre el alcohol y esa sentencia a la eternidad de que ya no podría beber nunca más. ¡Tamaño disparate el que ocasioné con la ingesta de acetaminofén en cantidades desproporcionadas! Sin embargo, después de eso, después de intentos de emborracharme a escondidas, de vómitos y dolores abdominales, de mareos y hasta parálisis faciales, descubrí que podía beber sin mayores problemas. ¡Qué alivio!
Luego volví con la cocaína, y me cayó mal después de cuatro años sin usarla. Me dieron ataques de pánico y no era capaz de consumir siquiera un gramo cuando, en mis mejores épocas, llegué a meterme treinta. De todos modos eso no me importó. La cocaína no es un suplemento o sustancia esencial en mi vida... pero ¿que yo tenga intolerancia al alcohol, que sienta que me falta el aire cuando lo consumo y empiece a marearme cual novato que jamás se ha emborrachado? Eso es de preocuparse y de preocuparse muy seriamente. Tanto, que estaba a punto de dormirme, eran más o menos las 2:00 a.m. y me vi compelida a venir a escribir esto, porque el hecho de pensar en un desacondicionamiento hepático o metabólico que no me permita aguantar más de dos vasos de vodka en realidad me quita el sueño y me paraliza.
Espero, por mi salud mental y la de quienes me rodean, que la cosa se deba a la cirugía y a la anestesia aplicada. Si no, habré de morir ingiriendo alcohol, no me importa que me den calambres, vómito, diarrea... es mejor eso a una sana sobriedad

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